viernes, 9 de octubre de 2015

Adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos…

Posted on octubre 7, 2015

Ushetu, Tanzania, 6 de octubre de 2015.

Hoy en la santa Misa le pedía a Cristo, en el momento de elevar el cáliz, que encienda mi corazón en amor por las almas. Uno ve cuántas almas necesitan de su gracia, y necesitan de los misioneros, que siempre nos sentimos humillados y limitados. El límite de la lengua, de nuestros defectos, de nuestras propias carencias… y a la par de todo eso, los maravillosos frutos de los que vemos coronados nuestros pobres esfuerzos. Eso más nos humilla, en el buen sentido, al ver la mano de Dios en todo eso, el saber quién es el que lleva todo adelante en la misión.

El primero de esos beneficios, que quiero contarles hoy, es la gracia inmensa de la primera profesión religiosa de la primera vocación de Tanzania de las Servidoras del Señor y la Virgen de Matará (SSVM), las hermanas de nuestra Familia Religiosa del Verbo Encarnado.Tal vez muchos de ustedes recuerden que hace un tiempo escribí una crónica sobre la toma de hábito de la Hermana María Upendo wa Kristo (Maria del Amor de Cristo), y entonces darán gracias también por esta noticia. Esta hermana hizo su noviciado en Italia, y el mes pasado regresó a Ushetu para profesar su primeros votos religiosos. Las hermanas decidieron hacerlo así para que, además de que la familia de esta hermana pudiera estar presente, por otra parte se pudiera hacer un gran apostolado vocacional entre las jóvenes y niñas de aquí. Por ser una ocasión tan importante, vino acompañada de la Superiora General de las Servidoras, la Madre Anima Christi. Nuestro obispo, Mons. Minde, al enterarse de esta decisión de las hermanas, quiso ser él mismo quien presidiera la celebración en nuestra parroquia.

Cuando hablaron los líderes al final de la Misa, y el mismo Mons Minde, expresaron todos que se trataba de un día histórico, ya que era la primera vez que se daba una celebración así en esta misión, la profesión de primeros votos de una religiosa. La celebración fue seguida con atención por todos los fieles, que no se perdían detalle de lo que iba sucediendo, y era gracioso ver las cabezas que se asomaban en el pasillo para poder ver. Los festejos posteriores se extendieron casi hasta la puesta del sol… entre cantos, bailes, regalos, y representaciones teatrales.

Cuando uno, misionero, goza de estas cosas, no queda mas que dar gracias… y humillarse. Las hermanas cuando llegaron por vez primera a la misión, tal vez soñaban con el día de recibir vocaciones locales.
Hoy recordaba estas gracias… pero quiero seguir agregando. A pesar de estar mucho tiempo solo aquí, a causa del accidente del P. Johntin, a pesar de no poder satisfacer los pedidos de las aldeas que me ruegan vaya a celebrarles Misa, en medio de todas esas limitaciones, en nuestra parroquia se han hecho más de 1.000 bautismos este año, y he podido hacer por mis propias manos en estos cinco meses 825 bautismos… y nos quedan varios meses más por delante. He hecho en estos meses más bautismos que en mis trece años anteriores de sacerdocio juntos. Y no queda más que humillarse y ser agradecido. El misionero, creo, es el que más capta esa limitación, ante la grandiosa obra a realizar. Ve y percibe mucho sus defectos, limitaciones y pecados.

Los otros días una persona que me escribió me decía: “Acabo de ver videos de su misión… ¡sin palabras!!! Es un pedazo de cielo y Ud. es muy afortunado”. Y claro que sí, soy muy afortunado. Antes de la fiesta de las hermanas, de los votos de la Hna Upendo, pude visitar a un sacerdote italiano, el P. Salvatore, que trabaja hace catorce años aquí. Apenas nos encontramos y comenzamos a conversar, me dijo: “Padre Diego, nosotros somos bendecidos por Dios de poder estar aquí”. Y lo repitió como tres veces.
Yo doy gracias por mi querida Congregación, que sostiene tantas misiones en tantos puntos extremos del planeta, en lugares lejanos e inhóspitos. Doy gracias porque si no fuera por eso, cuántas almas quedarían huérfanas de sacerdotes y misioneros, que los bauticen y les prediquen. Claro que Dios no se ata a nadie, pero es Él quien elige… y aquí nos trajo a nosotros. Veo con mi imaginación cientos de sacerdotes de nuestro Instituto del Verbo Encarnado, trabajando en lugares extremos, dando su vida día a día… salvando almas. Por eso hoy le pedía a Cristo presente en el altar, que encienda mi alma en amor a las almas, para que me ofrezca como Él, y me sacrifique, como tantos misioneros que solo se ocupan de eso, de dar la vida gota a gota por el Evangelio.

Soy un afortunado, soy bendecido por Dios de poder ser misionero. Las tres gracias más grandes que he recibido en mi vida han sido el ser religioso, sacerdote y misionero. Y por esto debo agradecer a mi Congregación, al fundador, a todos mis superiores y formadores. Sin ellos yo no sería lo que soy. Soy sacerdote, religioso y misionero… y por gracia de Dios también, en África. Veo que mi Instituto, es madre de tantas almas. Hoy en una aldea a la que no regresaba después de un año, en un día muy caluroso, en una capilla pequeña y con poca luz… abarrotada de niños, y de gente que explotó en aplausos y gritos al escuchar que llegarán nuevos misioneros, y podrán tener más Misas…





Allí mismo, en ese lugar, he recordado las palabras de los mártires de Barbastro, que tanto nos alentaron siempre en nuestros años de seminaristas.
Me gusta usar esas palabras tan inspiradas de los mártires, y usarlas para rezar, con la libertad de adaptar lo que dicen sobre martirio por vida misionera, que debe ser martirio cotidiano:
Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones, y en nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos, pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor sin Cristo… Morimos cada día, todos contentos, sin que nadie sienta desmayos ni pesares; morimos en el trabajo apostólico, todos rogando a Dios que la sangre que caiga de nuestras heridas espirituales sea sangre que entrando roja y viva por tus venas, estimule tu desarrollo y expansión por todo el mundo. ¡Querida Congregación! Tus hijos, misioneros por todo el mundo, te saludan desde el destierro y te ofrecen sus dolorosas angustias en holocausto expiatorio por nuestras deficiencias y en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. ¡Viva la Congregación! Y cuando nos toque partir, diremos: Adiós, querido Instituto. Vamos al cielo a rogar por ti. ¡Adiós! ¡Adiós!

¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.

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