viernes, 7 de agosto de 2015

MONJES, por Dios y sus hermanos

4 DE AGOSTO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO


Tener siempre presente el doble fin de nuestra vida:


Solo Dios

1) Gloria de Dios, alegrar el corazón de Jesús.



“me parece estarlas viendo a todas una por una en el locutorio detrás de los pinchos. Pido a Dios que las conserve en la humildad y simplicidad de alma en que están, sin problemas ni complicaciones, sin temores tontos, sin pensar en el pasado que ya no existe ni temer el porvenir que está en manos de Dios; sin creer jamás que Dios pueda abandonar a ninguna de ustedes; sin apuraciones por nada, porque Dios las tiene en su seno y las guarda y defiende como a las niñas de los ojos. El oficio de ustedes tiene que ser alegrar el Corazón de Cristo y estar alegres y contentas sin preocuparse de nada. Cada día se acercan más al gran encuentro. Cada día se hacen un poco más grandes y van envejeciendo con elegancia y gallardía con una alma blanquísima y purísima dentro de un cuerpo arrugado y encorvado. Mientras los ojos del cuerpo se vuelven cegatones, los del alma se afinan y agudizan y ven más claramente las cosas de Dios. Y mientras los oídos corporales se vuelvan más sordos, los del alma escuchan silbos y cuchicheos e inspiraciones divinas que sólo las almas santas entienden. Cada día están ustedes más cerca de Dios.



Vea cada una en la otra a un alma queridísima de Dios y venérela interiormente como a tal, sin ponerse corajuda nunca ni pensar menos altamente de nadie. Eso le gusta mucho a Dios que nos quiere tanto a todos y quiere que nos amemos unos a otros”[1]. .



2) Servicio a los hombres, nuestros hermanos.



“Hay que conservar fielmente la vida monástica y conventual
Consérvese fielmente y resplandezca cada día más en su espíritu genuino, tanto en Oriente como en Occidente, la veneranda institución de la vida monástica, que tan excelsos méritos se granjeó en la Iglesia y en la sociedad civil a lo largo de los siglos. Primordial oficio de monjes es tributar a la Divina Majestad un humilde y noble servicio dentro de los claustros del monasterio, ya se dediquen legítimamente a su cargo alguna obra de apostolado o de caridad cristiana. Conservando, pues, la índole característica de la institución, hagan reverdecer las antiguas tradiciones benéficas y acomódenlas a las actuales necesidades de las almas, de suerte que los monasterios sean como focos de edificación para el pueblo cristiano”[2].

[1] Segundo Llorente, S. J., a las carmelitas de California, 6 de octubre de 1966

[2] CVII, Perfectae Caritatis, n 9

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