lunes, 13 de julio de 2015

Pensamientos misioneros

Posted on julio 10, 2015


Ushetu, 7 de julio de 2015.

Me gustaría charlar con ustedes un pensamiento que me parece bien misionero. Es decir, no es algo propio, sino que es algo que me imagino que todo misionero debe pensar en algún momento.
Los otros días, al mirar la extensión de nuestra parroquia, de nuestra misión, y verme sólo ante tanto trabajo y responsabilidad, pensaba en todas esas almas que no conocen a Cristo. Pensaba en todas las almas de los paganos que viven en mi parroquia, y que en muchas de esas aldeas tan lejanas, solo puedo celebrar misa una o dos veces al año.Pensaba en lo extraño que me ven cuando llego a algunos de esos poblados, tanto que me saludan en inglés y hacen alguna broma, algunos piensan que somos de alguna compañía de tabaco, o algo así. Y yo por dentro pienso en que son almas de mi parroquia. Pienso especialmente en esas personas que veo tantas veces en ambientes viciados, tomando alcohol, en lugares que todo el mundo conoce como malos. Y me da mucha pena por ellos, y sobre todo que pienso que son almas que están bajo mi cuidado y oración, y también incluidos en mi penitencia y sacrificio por ellos. Aun cuando se burlen de nosotros, y nos insulten o desprecien. Son almas de nuestra misión. Y eso oprime el corazón del misionero, oprime el corazón sacerdotal, porque sencillamente no se puede pasar por esos lugares sin sentir dolor y algo de tristeza.

Pero hoy pude ver otro aspecto de este pensamiento. Estamos en los últimos preparativos para las confirmaciones, que serán en cinco días, el domingo 12 de julio. Por ese motivo dispuse ir a confesarlos durante la semana, porque al estar solo en la parroquia por este tiempo, sería imposible para mí confesar a los más de 200 confirmandos el mismo día. Se nos ocurrió con el catequista, ir juntos a cada lugar, y así él les tomaba un examen, y luego yo los confesaba. Dispusimos el cronograma, y en esta semana visito un centro cada día, donde se reúnen las aldeas que pertenecen a cada centro. Y algunos días, como ha sido hoy, visito dos centros, porque sino no alcanzo a visitarlos a todos. Ayer visitamos Nyamilangano, hoy fuimos a Uyogo y Nyaza, mañana iremos a Kangeme, y así seguiremos los días siguientes hasta el viernes.

Hoy fue realmente agotador, y aprovecho para agradecer a Dios que puso ante mí esta mañana, en el momento de adoración antes de la misa estas palabras del padre Carrascal: “las misiones son puestos de vanguardia; mal se puede exigir o esperar las comodidades de la retaguardia. El trabajo misionero no podrá prescindir de largas y laboriosas marchas, de mal comer y de incómodo dormir. A todos nos gustan las cosas a su hora y en su punto; pero al que no esté dispuesto a hacer numerosas excepciones en esto, persuádase que no debe venir a misiones”. La verdad que fue realmente providencial, ya que con algún temor me animo a decir que el día de hoy fue muy cansador. Y digo que con cierto temor lo cuento, porque no es cuestión de “mandarse la parte”. Pero por otro sé que no cuanto nada nuevo, para los que entienden lo que conlleva la vida en las misiones. Y es más, como mi propósito es que esto les sirva a los que se preparan para ser misioneros, prefiero sacrificar totalmente los méritos, en bien de los futuros misioneros.

Resumiendo, les cuento que hoy hicimos 75 km de viaje en motocicleta por camino de tierra, en muchas partes sólo un sendero, y varios kilómetros por un camino que comenzaron a arreglar, y lo dejaron a medias, lo que significaba andar a duras penas, en medio de guadales de mucho polvo. El catequista era el que conducía y hacía esfuerzos todo el tiempo para mantener el rumbo en esos tramos. Y si sumamos a esto el calor y el polvo de plena época de sequía, espero poder darles un panorama más cercano. En algunas ocasiones la motocicleta quedó atascada en el polvo. Terminando el viaje, puedo decir que estaba bien cansado y dolorido, por la falta de costumbre de moverme en motocicleta en situaciones semejantes.

Pero lo que pude experimentar fue el poder visitar esas aldeas, y estar con las almas de niños y adultos que se han preparado para recibir la confirmación, y la mayoría de ellos (casi me animo a decir todos ellos), se han preparado con mucho esfuerzo. Vienen de lejos, muchos hacen más de una o dos horas caminando, traen su comida para quedarse todo el día, esperar el examen y al padre. He podido gozar de confesarlos tranquilo y conversar con cada uno de ellos. He tratado de darles consejos bien paternales, de prepararse bien para esto, de que recen mucho esta semana, y hagan grandes propósitos para adelante. He podido ver la alegría de todos ellos cuando nos despedíamos, estaban reunidos en grupos compartiendo la comida, sentados en el suelo con una olla en el medio, agitaban sus manos y mostraban una sonrisa contagiosa.

Hoy al llegar a la última aldea, la más lejana, nos estaban esperando todos en la iglesia. Llegamos tarde, por el viaje y el trabajo en la aldea anterior. Allí estaban, y no sólo esperaron el examen y las confesiones, sino que suplicaron tener misa, porque el padre no va muy seguido por esos lados. Yo había llevado un pequeño bolso con las cosas de misa por las dudas, así que luego de confesarlos a todos los confirmandos y a muchos fieles mas, comenzamos la misa donde comulgaron casi todos. En una capillita muy chica, con techo de paja, piso desparejo de tierra, paredes y bancos de adobe, y adornos de trozos de tela colgando de los palos del techo. Gran atención a todo, y sobre todo al sermón, que digo con numerosos errores de swahili.

Al dejar atrás esas aldeas, en medio de los saltos y corcoveos de la motocicleta, pensaba que dejaba atrás un hermoso grupo de almas llenas de gracia, bien blancas, que brillan en medio de la oscuridad. Y en cada aldea en estos días, me ha venido a la mente la misma imagen.

Y pienso que es como el claro oscuro del cuadro de una misión… por un lado, el trabajo por hacer, las almas a las que todavía no llegamos, los que están lejos de Dios, el ambiente pagano. Pero por otro lado están las luces de las almas que hemos podido preparar para los sacramentos, que se han confesado, que desean hacer una familia cristiana, en medio de un ambiente adverso. Y eso, es uno de los grandes consuelos de los misioneros. Ver esas almas puras, nos confirma la acción de Dios en estos lugares tan apartados… es como ver un milagro.
Los dejo con estos pensamientos, y yo me voy a descansar…, en estos pensamientos. Porque mañana, hay que ir a Kangeme, y pasado a…
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.

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