jueves, 2 de julio de 2015

PARÁBOLAS DEL FIN DE LA SINAGOGA


Las Parábolas de Cristo – P.Leonardo Castellani
29JUN



“Uno tenía una higuera en su viña y viniendo a buscar fruto no encontró. Dijo al hortelano: Hace tres años que requiero fruta en este árbol y no hay. Háchalo; ¿para qué está ocupando tierra?” (Le. XIII, 6).

Cristo comenzó a improbar y reprobar a su pueblo en el segundo año (tres años más o menos duró la predicación de Cristo), mansa y humorosamente a todo el pueblo (“esta generación”) y atrozmente a las tres Ciudades Maldecidas, Corozaín, Bethsaida y Cafarnao; como hemos visto. Esta reprobación siguió adelante, aumentando en fuerza y en franqueza hasta la misma víspera de la Pasión; haciéndose entonces clara y definitiva.


Se generalizó en la maldición a Jerusalén; que aunque fue una profecía, fue también una maldición “material”, primero y segundo grado, según santo Tomás. Se acerbó en la tremenda invectiva contra los fariseos, en esos ocho “Ay de vosotros Escribas y Fariseos hipócritas… ” de Mateo XXIII, 13. Se concretó en las dos parábolas del Convite, en que Cristo alude al retiro del Reino de los que ahora lo poseían para darlo a otros y aun más, dibujó detrás una sangrienta tragedia e incendio para los “sublevados”; doblada por la parábola de la Viña Robada, en que Cristo descubrió claramente lo que le iban a hacer a él (“éste es el Hijo y Heredero, matémoslo y la viña será nuestra”) y lo que les iba a pasar después a ellos. Y finalmente, se volvió del todo directa y explícita en la parábola de la Higuera Estéril, que hemos citado, reforzada por una parábola en acción (el más raro de los milagros de Cristo, o el único raro) la Maldición de la Higuera el Lunes Santo; la cual se halla muerta el Martes Santo.

Entonces es cuando los Capitostes deciden: “No se puede tardar más. Hay que eliminarlo con escándalo o sin escándalo, con Pelatos o sin Pelatos; aunque sería con Pelatos. El pueblo podría 1apidarnos. Hay que hacer que lo ejecute Pelatos”.

Esto lo determinaron después de la Parábola de la Viña Robada (Le. XX, 9), que traen los tres sinópticos. Cristo encarnó en la parábola todo el proceso de la economía divina respecto a Israel incluso la Encarnación y la Pasión: “Han matado a mis Siervos (1os Profetas) les vaya mandar a mi Hijo Bienquerido, respetarán al menos a mi Hijo”. El Evangelista dice que comprendieron perfectamente la parábola, decidieron precisamente darle muerte. No lo respetaron ni al Hijo.

Con razón los Evangelistas marcan insistentes este punto de la reprobación paciente y progresiva, pero formal del pueblo de Israel por parte de Cristo: es un punto importantísimo. Vamos a considerarlo.

Como está dicho, Dios había hecho a los israelitas promesas grandiosas que aparentemente no cumplió. Aunque ellas están en los profetas mescoladas y no coordinadas, oscuras o enigmáticas a veces, el conjunto es claro. Basta recorrer superficialmente los libros proféticos para ver que desde Abraham hasta Malaquías, “el Enviado”, la imagen de un Rey invencible y un Reino grandioso se levanta cada vez más clara. En Él sería bendita la descendencia de Abraham, era el Esperado de las Naciones, salvaría a su pueblo, y la Ciudad de Dios se iría a la cumbre de los montes.

La salvación saldría para todo el mundo de Jerusalén, a ella confluirían los pueblos, y ella daría la Ley: los Israelitas serían vengados de sus cautiverios, de sus tributos y de sus rudos reveses. Aunque muchas veces las profecías emplean imágenes bélicas de batallas, vencimientos y victorias, el Reino del Mesías es pintado como un Reino de paz, un estado de prosperidad, concordia y amistad, un reinado dentro de la Ley; de tan fabulosa grandeza que no se puede concebir mayor; como una Universal Edad de Oro, o el Paraíso Perdido recuperado al fin para todo el mundo.

Esto era la razón misma de la vida de Israel, y de su Religión. Los hebreos custodiaban esos libros poéticos y extáticos como su misma razón de ser, su orgullo y su esperanza. Ellos secaban sus lágrimas, ablandaban el pan del destierro y curaban sus tremendas heridas nacionales. Y cuando Cristo predicaba, si Daniel no mintió, estaba llegado o por llegar “el tiempo”, “el día del Señor”, “la plenitud de los tiempos”: todos en ese tiempo lo decían.

Esta profecía que se concreta, se hincha y se engrandece al rodar de los siglos duró hasta Malaquías, el último profeta, que no tiene más que 53 “gestos proposicionales” o dobles versículos, pero que en cierto modo resume a todos. Es mesiánica y al final parusíaca, como es general en los Profetas: está predicho en ella el sacrificio de la Misa, la venida del Bautista y la próxima llegada del Mesías, “el Dominador que vosotros buscáis y el Ángel (o el Enviado) del Testamento que vosotros queréis”. Pero también están conminados de convertirse, sobre todo los sacerdotes, so amenaza de “ruptura del Pacto”. En esta profecía (como en todas) está la clave para entender lo que pasó.

¿Qué pasó? Después de venido Cristo los judíos tronaron, hablando en plata. Cuando llegó el tiempo en que su enjuto y estricto territorio debía abrirse y ellos repartirse por el mundo como victoriosos vencedores, salieron efectivamente por todo el mundo, pero como vencidos y cautivos. La ciudad capital con su Templo (en el cual debía entrar, según Malaquías, el Dominador, o sea el Mesías) fue vandalizada e incendiada, su ejército exterminado, su población diezmada por el hambre, fuego y cuchillo, su territorio devastado; y el antiquísimo reino de David terminó en una tribulación que, aun en la sobria narración de Josefo, realmente parece que no ha tenido igual “desde el Diluvio acá”; y sobrevino la asombrosa dispersión, la “Diáspora”. Un pueblo fundado y asentado por el monoteísmo, unido por el monoteísmo y que mantuvo el monoteísmo desde el principio durante 2.000 años, hasta su disolución como pueblo; y que lo ha mantenido desde entonces hasta aquí, en su estado de dispersión y destierro, otros 2.000 años; un pueblo que suministró sus apóstoles y confesores, incluso hasta el tormento y la muerte, a la creencia verdadera en un solo Dios; que sobre el monoteísmo modeló su legislación y su gobierno, su filosofía, su política y su literatura; de cuya verdad su poesía es la voz, fluyendo en composiciones religiosas que la Cristiandad en todas sus regiones y edades no ha podido superar y ha adoptado por suyas; un pueblo que produce profeta tras profeta que sobre esa verdad primigenia extienden sus revelaciones, con una firme referencia a un tiempo señalado en que esa revelación deberá obtener su compleción y cumplimiento; hasta que al fin el tiempo llega y la catástrofe. ¿No es una historia extraordinaria? ¿Hay una historia en toda la Historia más romántica, sorprendente y espantable que la historia de Israel?

Oprimido y como prisionero del orden cristiano del cual se mantiene constantemente al margen, y sin poder ser digerido y asimilado durante 20 siglos, el judío se desquitó de su impotencia política adhiriéndose al Reino del Dinero y su secreto y menguado poder; se diría que cambiaron su Mesías por la Moneda -por treinta monedas o por treinta mil millones: ¡las Finanzas! Yo no digo que todos los financistas sean judíos, como tampoco que todos los judíos son financistas; la mayoría son pobres, y muchos (créase o no) son caritativos; pero es cierto que esa “ciencia” tan boyante hoy, y que consiste en definitiva en vender dinero (vender como si fuese un bien una cosa que es un signo) fue invención suya, pues en definitiva no es sino la maña y el dolo del prestamista: de los prestamistas que vendían dinero en el atrio del Templo (y los Sacerdotes percibían un grueso porciento) cuyas mesas de cambio Cristo volteó dos veces con furor. Por supuesto que los “cristianos” que aprendieron la “ciencia” e incluso la aventajaron, son aun peores, pues no tienen la excusa del judío de no tener otra cosa en qué ejercitar su deseo de poder, su nerviosa irrequietividad y su viva inteligencia. Los “antisemitas” que hoy día odian ciegamente al judío, por despecho, envidia o superstición, son en realidad cristianos judaizados. No israelitas, no ciertamente; ni tampoco católicos.

En Malaquías está, como he dicho, la clave del misterio. Hablando en nombre de Dios o mejor dicho hablando como Dios, el Profeta reprende y amenaza la corrupción religiosa, que fue en ese tiempo (445 a. C.), detenida pero no cortada por la enérgica reforma del reyezuelo Nehemías; y amenaza con la “ruptura del pacto de Leví” y con hacerse un nuevo y más digno sacerdocio, a los malos Sacerdotes; a los cuales acusa de grosería y dolo en el culto, de avaricia, y de falta de fe; de que andan refunfuñando: “¿De qué nos ha valido servir a Dios tanto tiempo? Hemos andado tristes de balde”: la “acidia” o pereza espiritual, ese pecado capital que es el tropiezo temible del religioso. Esos son los tres vicios que configuran ya entonces el futuro “fariseísmo”.

No sabemos como se formó, porque faltan documentos escritos, en esos cuatro siglos entre Malaquías y Cristo, esa falsificación del ideal hebreo, ese ideal fraudulento de un Mesías napoleónico que debía imponer en el mundo el Reino de los Judíos por las armas y la violencia. Pero allí está él, vigente con enorme fuerza, en el tiempo de Cristo: la corrupción denunciada por Malaquías se había consumado.

Un Judío actual podría decir a Dios: “No has cumplido tus promesas a Israel” y Dios responder -y Él me perdone que yo asuma su boca:

-Mis promesas eran condicionadas, y ustedes quebraron el Pacto.

-Puede ser -sería la instancia-, pero ¿es digno de Dios que sus planes, proyectos y promesas sean arruinados por el mísero albedrío del hombre? ¿Es pues el hombre fuerte contra Dios?

-Mis planes no se quiebran nunca y mis promesas son sin arrepentimiento -dice Dios-. Espera un momento (un momento para Mí). La historia del mundo, y de Israel con él, no ha acabado su curso.

En efecto, al final de Malaquías surge una promesa que no es ya condicionada sino absoluta: es la promesa del triunfo definitivo de Israel en la Parusía: el capítulo IV que no puede copiar. Vendrá un día magno e inflamado que barrerá la impiedad; alumbrará a Israel de nuevo el Sol de Justicia; y su conversión a Dios no está ya solicitada sino simplemente profetizada:


“He aquí que Yo os mandaré a Elías Profeta

Antes que venga el día de Dios magno y terrible

Y convertirá el corazón de los padres a sus hijos

(a saber, el corazón de los judíos hacia los cristianos)

Y el corazón de los hijos hacia sus padres

(es decir, el corazón de los cristianos hacia los judíos)

No sea que Yo venga en mi ira

Y hiera de maldición toda la tierra.

Toda esta historia encierra una lección gravísima para el cristiano. El cristianismo tiene las promesas infalibles de Cristo; y en esas promesas se ensoberbecen o se adormecen, falseándolas, algunos; mas la Sinagoga también tenía esas promesas; ¿qué le pasó? Algunos con el “he aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos; las puertas del Infierno no prevalecerán; y yo he rogado a Dios, oh Pedro, para que no falle tu fe”… se extienden a sí mismos y a sus paniaguados diplomas de intocables; porque la Iglesia es santa, ellos deben ser respetados como santos, hagan lo que hagan; porque las puertas del infierno no prevalecerán, ellos se inventan futuros triunfos temporales y aun mundanales de la Iglesia; y porque el Papa es infalible cuando (una vez por siglo) habla ex-cátedra, surgen una multitud de Papitas que son infalibles y que cada y cuando hablan, hablan ex cátedra. Es un grave abuso, abuso de hacer temblar: es el mismo abuso de la palabra de Dios, de los fariseos.

Contra este abuso está escrito: “Cuando Yo vuelva, ¿creéis que encontraré la fe en la tierra?”. La fe estará tan reducida y oculta como para no encontrarla. ¿Por culpa de quién? Mucho me temo que por culpa del engreimiento cristiano, contra el cual nos previene formalmente san Pablo: “si la oliva vera por su soberbia fue cortada; también puede ser cortado el acebuche injerto, que ni siquiera es la Oliva primitiva”.

Cristo declaró solemnemente la ruptura del Pacto divino con la Sinagoga; todas las amenazas divinas contenidas en los profetas cayeron sobre Israel; y su conversión y triunfo fueron aplazados para el fin del mundo. Si ello ocurrirá antes, junto o después de la Parusía, yo no lo sé; pero no puedo creer que no ocurrirá NUNCA. El Jardinero pidió al Viñatero un tiempo para mullir y abonar de nuevo la Higuera estéril; y el Señor no respondió nada.

Un poeta español ha puesto esta parábola en un hermoso soneto que no tengo a mano, ni mis amigos tampoco; por lo cual trataré de reconstruirlo, es decir, de rehacerlo:


Dijo el Señor con ira: “Y esta higuera

Es tiempo de higos y no lleva fruto.

Desde años ha no rinde su tributo

Ponle ya l ‘hacha en la raíz, ¡y afuera!

Dijo mi Ángel: “Señor, por tan siquiera

El cuidado pasado irresoluto

Deja que cave más este árbol bruto

Y ponga abono a ver. Te ruego, espera”.

Calló el Señor y un estremecimiento

Por las higueras y las viñas ricas

Cubrió al árbol estéril un momento

Y el Jardinero apercibió sus picas

Y se hizo un aire de silencio atento

Y yo escuché el fatídico memento:

“Alma, ay de ti si hoy más no fructificas”.

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