viernes, 19 de junio de 2015

“La Virgen María perseguida”


19 DE JUNIO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO


Introducción: Entre las cosas que Jesús prometió que con toda seguridad y certeza tendrían que pasar sus discípulos, tiene un lugar muy importante la persecución: “por eso os odia el mundo” “también os perseguirán a vosotros”.

Se confirmó su palabra, no pasados varios siglos, sino apenas subió al Cielo, como sabemos por los Hechos de los apóstoles.



Y no dejó de cumplirse en ningún momento de la historia cristiana.

Por tanto, si en verdad somos discípulos de Jesucristo, el mundo nos perseguirá, y por eso el P. Buela, nuestro fundador, pidió “pobreza y persecución”, como una gracia especial el Instituto, para asegurarse que seamos fieles a Cristo, ya que es el signo más palpable y seguro, la marca del cristiano, la Cruz de Jesús.



Entonces, si la persecución es una gracia, no debemos escandalizarnos cuando nos toque vivirla y padecerla, y tampoco cuando vemos que la padecen nuestros hermanos en la fe en otros lugares del mundo: lo prometió Jesús, y además, debemos considerarnos felices, y alegrarnos: “Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia”.

Royo Marín constata esta realidad, dice: “la justicia, la santidad de vida (que eso significa justo en lenguaje bíblico) ha suscitado y seguirá suscitando siempre el odio y la persecución por parte de los injustos e impíos. Lo vemos en la vida de Cristo, en la de S. Pablo, su gran heraldo y en la vida de todos los santos; y la razón la da san Juan, al comienzo del Evangelio: «Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras» (Juan 3,20)”[1].

También la Virgen María sufrió la persecución, y por tanto es para nosotros modelo en esta bienaventuranza, como en todas las cosas.



El Evangelio no nos dice si padeció directamente persecución en este mundo (por lo cual suponemos que no), pero es indiscutible que la padeció al menosindirectamente por parte de los que persiguieron a sudivino Hijo hasta el extremo de crucificarle.

Explica el Padre Antonio Royo Marín: “María amaba a su Hijo incomparablemente más que a sí misma: los dolores de su Hijo eran los dolores de Ella, las luchas y persecuciones contra el Hijo repercutían terriblemente en su corazón inmaculado; y cuando la divina Víctima fue clavada en la cruz, la Santísima Virgen alcanzó, a fuerza de dolores inefables, su título de Corredentora de la humanidad, Reina y Soberana de los mártires. La Virgen no padeció el martirio en el cuerpo, pero lo padeció en el alma como nadie lo ha padecido jamás”.

Y prueba que nuestra Madre del Cielo vivió perfectamente la octava bienaventuranza, y más que nadie en la tierra (por supuesto después de Jesús):

-en cuanto al mérito, pues sufrió, aunque indirectamente, la persecución y más terrible, sobre todo allí en el Calvario. Bellamente lo canta el poeta:

“Ejemplo santo nos diste/cuando en la tarde deicida/tu soledad dolorida/ por los senderos mostrabas:/tocas de luto llevabas,/ojos de paloma herida. / La fruta de nuestro Bien/fue de tu llanto regada:/refugio fueron y almohada/tus rodillas, de su sien. /Otra vez, como en Belén/ tu falda cuna le hacía,/ y sobre El tu amor volvía / a las angustias primeras…/ Señora: si tu quisieras/ contigo lo lloraría”[2].

-Y en cuanto al premio, también nadie más que Ella, pues alcanzó el Reino de los Cielosprometido a los perseguidos, pero como Reina y Señora.



Como recordamos otras veces, el martirio no se improvisa. Debemos, con la gracia de Dios, prepararnos a él cada día, aprendiendo de y junto a María, nuestra Madre, a padecer, a amar la cruz, a gozarnos en ella, para que se cumplan en nosotros estas dos promesas de Cristo: “os perseguirán” y “felices cuando os persigan, vuestro es el Reino de los Cielos”.

Termino con otra breve poesía de Pemán, que titula “Stabat Mater”, en la que nos hace mirar a la Dolorosa, la Virgen Perseguida, que nos enseña el santo sufrir por Cristo:

“Estaba la Dolorosa

junto al leño de la Cruz.

¡Qué alta palabra de luz!

¡Qué manera tan graciosa

de enseñarnos la preciosa

lección del callar doliente!

Tronaba el cielo rugiente.

La tierra se estremecía.

Bramaba el agua… María

estaba, sencillamente”[3].



¡Qué la Virgen del Pueyo, la Reina Mártir, nos alcance esta gracia!

Ave María Purísima….

[1] Royo Marín, La Virgen María, p. 351 y ss.

[2] Pemán, Meditación de la soledad de María, en Obras de Pemán, de Edibesa, p. 330.

[3] Ídem, p. 329.

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