jueves, 18 de junio de 2015

El rostro árabe de la Iglesia

misionesIVE mayo 25, 2015 Egipto, Jordania, Siria

¡Sí, mis queridos Hermanos! La Iglesia tiene también un rostro árabe ¿Desde cuándo? Desde los inicios. Desde su cuna, cuando en ese bendito día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre judíos piadosos y prosélitos de la región de Judea y sobre otros muchos venidos de todas partes, también había árabes:

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. (…) De repente(…) quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.

Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? (…) Árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.»[1]

(…) Entonces Pedro (…) les dijo: (…) “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.” «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.»”

Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.

Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones.

Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.” (Hechos de los Apóstoles 2)

Se cumplió lo que estaba profetizado que todos los pueblos de la Tierra nacerían a otra vida en Sión-Jerusalén[2]. Pues bien, desde esos días, nunca ha dejado de haber árabes cristianos. San Pablo se convierte y se va a Arabia a predicar[3] y durante los primeros siglos el anuncio del Evangelio llegó por caminos distintos a la Península Arábiga: uno de esos caminos fue por medio de los judíos que se habían convertido al cristianismo, otro, por medio de paganos que, convertidos al cristianismo, iban a anunciar a sus pueblos y a todas las naciones la Salvación del Señor, su Redención universal. Según diferentes tradiciones cristianas muy antiguas, Arabia fue también evangelizada por san Mateo Apóstol, por san Bartolomé Apóstol, por san Felipe Apóstol y por san Judas Tadeo Apóstol.

Es de suponer que tienen, a justo título, más conexión con los santos Pilares de la Iglesia que la gran parte de las regiones del mundo. Por ello, también en cuanto a su génesis, los árabes cristianos son cristianos mucho antes que casi todos los pueblos de la Tierra.

***

Cuando uno dice ‘árabe’ uno indica primariamente una raza.

Con el correr del tiempo, tribus árabes enteras se convirtieron a Cristo. Por ejemplo, es muy hermoso el caso de san Eutimio, uno de los padres del Monaquismo. Años pasó en soledad y penitencia… años… añares. Un día, el Señor concedió por su intermedio la curación milagrosa a uno de los hijos de uno de los jefes de una tribu beduina del desierto. Al ver el Poder de Dios se convirtió no sólo el jefe de la tribu sino toda la tribu con él. Con el tiempo, el mismo obispo de Jerusalén, Juvenal, instituyó la Diócesis de la Tiendas[4] a causa de su gran número de fieles y en orden a asegurarles una debida asistencia espiritual.

Ha habido entre los Padres de la Iglesia quien era de cultura árabe, como san Juan Damasceno, es decir, san Juan de Damasco, de Siria.

Los árabes –desde siempre- se consideran, según la carne, descendencia de Ismael, así como los judíos, según la carne, descendencia de Isaac.

Pues bien, Cristo, vino como Señor de todos y es por eso que desde los inicios hubo

– una Iglesia de los judeo-cristianos: la Iglesia de los discípulos; de los pobres y del resto de Israel; la Iglesia de los parientes del Señor e Iglesia de los convertidos desde Pentecostés, etc.;

– una Iglesia de los paganos: iniciada en germen con la confesión del Centurión sobre el Monte Calvario; ya presente de distintas maneras en la Cananea creyente y en otro Centurión que construyese la Sinagoga de Cafarnaúm; pero iniciada oficialmente cuando Pedro dócil a la llamada del Señor, se fue desde Jaffo[5] a Cesarea Marítima[6] en donde bautizó, por primera vez, a gentiles. ¡A toda una familia de paganos!;

– y, bien se considere o no a ellos entre los Gentiles, también hubo una Iglesia de los árabes.

La Iglesia es una y cuando uso expresiones indicando como realidades distintas, lo que hago es indicar que, no obstante siendo una misma realidad, la única santa Iglesia de Cristo se ha presentado –y se presenta y se presentará ¡hasta el Día en que torne Él!- con rostros distintos, con rasgos diversos, con colores varios, con lenguas variadísimas.

Con la aparición de Mahoma y del Islam y sus ansias de llevar su religión, cultura y lengua árabe a todo el mundo – ¡el Islam es una religión de conquista! – el árabe fue difundiéndose desde la Península Arábiga a todo el próximo y el Medio Oriente; al Norte de África y más lejos aún.

Hasta la fecha de la expansión musulmana, había árabes principalmente en la misma península arábiga, pero desde la invasión musulmana, los pueblos de todas estas regiones arriba mencionadas, comenzaron de a poco a asimilar su lengua como propia. Por influjo político y/o social; por elección o por imposición… lo cierto es que el árabe -en cuanto lengua y por lo tanto principal transmisor de cultura- pasó a ser parte de la identidad cultural de la mayor parte de los pueblos de la región. Quien hablaba bereber en el Norte de África, pasó a hablar árabe… y así el que hablaba griego, fenicio, arameo, copto, etc.

Hoy, después de casi 1400 años del inicio del Islam, ‘árabe’ indica no solamente la lengua de la Península Arábiga y el principal medio de difusión del Islam, sino TAMBIÉN, la lengua y la cultura de millones de habitantes que, no obstante tengan otras raíces arcaicas -o no- de sangre y culturales, se identifican con ello.

De allí que fenicios -Líbano-; arameos -Siria-; palestinos, jordanos… pero también coptos -Egipto-, bereberes -Norte de África, Libia-; por nombrar algunos de los más representativos, se reconozcan como árabes. A algunos les gusta más que a otros llamarse así, pero todos se reconocen -en esencia-: árabes.



Pues bien, de todo lo expuesto, es que nunca debemos olvidarnos que desde los inicios, por voluntad y elección divinas, la Iglesia de Cristo tiene también un rostro árabe.

Rostro muchas veces enrojecido por la sangre de millones de hermanas y hermanos nuestros que han dado, y dan, la vida por Cristo.

Nosotros, misioneros en los países árabes somos verdaderamente dichosos porque nos tocó en suerte estar rodeados por una multitud de testigos[7] que cada día nos dan ejemplo de lo que significa el testimonio de Cristo hasta que duela.



Defectos, errores y pecados, evidentemente que tienen nuestros hermanos… ¡Son hombres viadores, no ángeles santos! Pero debemos reconocer, proclamar y, con la gracia de Dios, imitar el modo de vida de estos millones de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que NO se avergüenzan del Nombre de Jesús y por Él están dispuestos a perderlo todo.



Como muy hermosa y enérgicamente declarara Monseñor Amel Nona, Arzobispo de Mosul en Irak[8]: “Estamos muy felices y contentos que de los 120.000 cristianos que han huido de la planicie de Nínive, ninguno de ellos ha apostatado, ninguno ha renunciado a su fe y se han convertido al Islam”. “Hemos perdido todo menos la fe”.

Nosotros nos sentimos indignos de vivir entre este pequeño rebaño de Cristo que vive en Medio Oriente

Ellos no son los únicos en sufrir, pero sí, uno de los blancos principales del odio satánico.

Ellos están pagando con sus vidas la inmundicia y apostasía de tantos cristianos que en todo el mundo, día a día, reniegan de Cristo con sus palabras, con sus decisiones y con sus obras.

En particular queremos agradecer a Dios por el hecho de habernos concedido en nuestra pequeña Familia Religiosa del Verbo Encarnado la gracia inmerecida de tener entre nuestros hermanos y hermanas de vida religiosa un consistente grupo de vocaciones árabes. Ellos llevan en sus venas la misma sangre que hoy es derramada en Medio Oriente[9].

Los cristianos árabes perseguidos son hoy el gran pararrayo de la Ira Divina: están muchos de ellos literalmente en Cruz! (sic). ¡En cruz sobre el Calvario del mundo! Abandonados de la mayor parte de la población mundial (creyentes o no)…. Que en el caso que sepan de su presencia… les hacen muecas… menean la cabeza[10]. No se debe ser profeta ni hijo de profeta para entender que al parecer toda la Iglesia de Medio Oriente está condenada al cadalso.

Puede ser que el Señor intervenga de tal manera que frene las mentes de los asesinos, sus corazones y sus brazos… ¡Sí! Para Él todo es posible y por eso debemos seguir rezando y ofreciendo sacrificios para que los Sagrarios no desaparezcan de Medio Oriente.

Pero… lo que uno percibe… es que los responsables de la Naciones, no solamente no se ocupan del tema –del cual no quieren entenderlo en su profundidad porque se trata de Cristo y de sus fieles, como enseña el Salmo 2- sino que han bajado el pulgar sobre los cristianos de toda esta región.

La Iglesia tiene también rostro árabe, un hermoso rostro en la antigüedad… un desfigurado rostro en nuestro días. ¡No importa! En el peor de los casos… pasará a ser una figura inerte de un cadáver… pero… con la Fuerza del Resucitado –cuándo y cómo Él quiera- volverá a la vida.



Porque está profetizado que “el grano que cae en tierra y muere da mucho fruto” (Jn 12, 23-26) y sobre todo este texto-profecía que se aplica 100% a estos nuestros hermanos y hermanas que por el Nombre de Jesús pierden todo: “Entonces Pedro le dijo: Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte. Y Jesús contestó: En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna. Entonces muchos que ahora son primeros serán últimos, y los que son ahora últimos serán primeros.” (Mc 10, 28-31).





¡Gracias cristianos árabes por vuestra fidelidad a Cristo!

¡Gracias cristianos árabes por vuestro ejemplo de verdadera Caridad en medio de todos!

¡Gracias cristianos árabes porque vosotros nos enseñáis el verdadero diálogo interreligioso! Aquel que está dispuesto a amar a todos; a soportar todo; a recibir todos los males… pero a no causarlos jamás. Bajo ninguna circunstancia. Vosotros continuáis a ser sal de la Tierra y luz del mundo. Bienaventurados vosotros porque bendecís a todos… y porque en vuestra vida cotidiana no os persiguen por vuestros pecados sino, solamente, porque creéis en Cristo.

P. Gabriel Romanelli, IVE

Beit Jala, Palestina, 8 de Mayo de 2015
Ícono de los 21 mártires coptos egipcios asesinados recientemente por odio a la Fe en Cristo
Imagen de las Beatas Árabes María de Jesús Crucificado Baouardy y María Alfonsina Gattás canonizadas recientemente por el Papa Francisco, en Roma, el 17 de mayo de 2015



[1] ΠΡΑΞΕΙΣ 2, 7-11 “ἐξίσταντο δὲ πάντες καὶ ἐθαύμαζον λέγοντες πρὸς ἀλλήλους· οὐκ ἰδοὺ πάντες οὗτοί εἰσιν οἱ λαλοῦντες Γαλιλαῖοι; (…) καὶ πῶς ἡμεῖς ἀκούομεν ἕκαστος τῇ ἰδίᾳδιαλέκτῳ ἡμῶν ἐν ᾗ γεννήθημεν, (…) Κρῆτες καὶ Ἄραβες, ἀκούομεν λαλούντων αὐτῶν ταῖςἡμετέραις γλώσσαις τὰ μεγαλεῖα τοῦ Θεοῦ;”. Actus Apostolorum 2, 7-11 “Stupebant autem et mirabantur dicentes: “ Nonne ecce omnes isti, qui loquuntur, Galilaei sunt? Et quomodo nos audimus unusquisque propria lingua nostra, in qua nati sumus? (…) Arabes, audimus loquentes eos nostris linguis magnalia Dei”.

[2] cf. Salmo 86.

[3] cf. Gálatas 1, 15-17.

[4] Conocida en su momento como Parambolai.

[5] Hoy ciudad de Yafo-Tel Aviv.

[6] En esa época, ciudad del Imperio Romano, construida por Herodes el Grande en honor de César Augusto –de allí su nombre- y erigida como capital romana de la región de Judea. Era el lugar de residencia de los gobernadores. Poncio Pilato vivió allí durante su mandato.

[7] Carta a los Hebreos 12, 1-3 “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios.
Fíjense en Aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcan faltos de ánimo.”

[8] Testimonio del 20 de diciembre de 2014: http://www.zenit.org/es/articles/arzobispo-de-mosul-hemos-perdido-todo-menos-la-fe

[9] Visitar nuestra página Web y nuestro Facebook en www.ivemo.org

[10] Cf. Salmo 22, 7; Mc 15, 29; Mt 27, 39.

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