jueves, 7 de mayo de 2015

La Paz y el Perdón

4 DE MAYO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO

Comparto la homilía predicada el domingo 19 de abril a la Cofradía “del Santo Sepulcro y de la Virgen de la Soledad”, con ocasión de su romería anual.

«Como el año pasado[1], venimos en Romería a saludar a la Nuestra Madre y Patrona, la Virgen del Pueyo, a felicitarla por la alegría de la Resurrección de su Hijo.


Romerías

Y ustedes, más que ninguna otra Hermandad, tienen el derecho y el deber de hacerlo: son los hijos de la Virgen de la Soledad, o sea, de la Virgen Dolorosa, de María al pie de la Cruz. Allí, junto a su Hijo Jesús, la Virgen sufrió el martirio más terrible, los dolores más grandes, la soledad más profunda.

Nuestra Madre, “al contemplar con resignación sublime los infinitos dolores de su Hijo, recibió mayores tormentos que todos los mártires, en su corazón maternal, incomparablemente superior en sensibilidad, en ternura y en delicadeza a los corazones de todas las madres (…), como convenía a la que la divina Providencia tenía destinada, para protectora de los desgraciados y consuelo de los afligidos”[2].

Por eso, luego de la Pascua, así como la acompañamos en su bendita soledad y compartimos sus dolores durante la semana santa, ahora venimos a compartir su gozo y su alegría, pues Jesús, su Hijo y nuestro Salvador, resucitó y ya no muere más.

Vive triunfante en la Gloria del Padre y nos quiere compartir esa vida gloriosa y feliz también a nosotros, que somos sus hermanos.



En este día, 3º domingo de Pascua, escuchamos en el Evangelio una de las más hermosas apariciones de Jesús Resucitado. Después de consolar, en primer lugar evidentemente, a su Madre, a Pedro, a María Magdalena, a los discípulos de Emaús… se aparece a sus amigos y apóstoles que estaban escondidos en el Cenáculo, llenos de miedo, y dudas.

Jesús viene a darnos eso que sólo El nos puede dar; viene a cumplir con las promesas que había hecho, al enseñarnos a rezar el Padre Nuestro: “danos hoy nuestro Pan de cada día”

¿Cuál es el Pan de cada día más buscado por todos los hombres?

Creo que no me equivoco, y ya me lo dirán si no, que ese Pan, el más deseado por todos, es el Pan espiritual: la Paz del corazón.

¿De qué nos sirve tener todos los bienes de la tierra, tener siempre una mesa bien servida, poseer la casa más hermosa, y último coche, vacaciones pagas cada año… de qué nos sirve todo el mundo material si nos falta la Paz del corazón, para poder disfrutar de todo aquello?

Ciertamente esa Paz es el mayor bien sobre la tierra.

Si existe una felicidad verdadera en la tierra es la Paz del alma, la tranquilidad de la conciencia, la amistad con Dios.

Eso es lo que Jesús resucitado viene a dar a los apóstoles y nos viene a dar también a nosotros.

Con esa paz, los apóstoles pudieron salir de su miedo, de su tristeza, de la oscuridad de su escondite para ser testigos de Cristo Resucitado en todo el mundo, hasta los confines de orbe, y sufrir por Cristo los mayores trabajos y más cruentos martirios, como sabemos por la historia, sin perder jamás el gozo interno y la paz que les había dado Jesucristo.


Subiendo al Camarín, para besar a la Madre, la Virgen del Pueyo

¿Cómo conseguirla?

El mismo Jesús nos lo enseña en la citada oración del Padre Nuestro. Dos cosas fundamentales:

1-“perdona nuestras ofensas” – ser perdonados por Dios

2-“como nosotros perdonamos” – perdonar de corazón: a nosotros mismos y a nuestros hermanos.



No cansarnos de pedir perdón.


El Papa Francisco, en un precioso sermón que hizo el viernes santo pasado lo decía con claridad, que si queremos tener paz y alegría en el corazón, debemos recurrir con frecuencia al sacramento de la Confesión:

“El sacramento de la Reconciliación, en efecto, nos permite acercarnos con confianza al Padre para tener la certeza de su perdón. Él es verdaderamente «rico en misericordia» y la extiende en abundancia sobre quienes recurren a Él con corazón sincero.

Poder confesar nuestros pecados es un don de Dios, es un regalo, es «obra suya» (cf. Ef 2, 8-10). Ser tocados con ternura por su mano y plasmados por su gracia nos permite, por lo tanto, acercarnos al sacerdote sin temor por nuestras culpas, pero con la certeza de ser acogidos por él en nombre de Dios y comprendidos a pesar de nuestras miserias; e incluso sin tener un abogado defensor: tenemos sólo uno, que dio su vida por nuestros pecados. Es Él quien, con el Padre, nos defiende siempre. Al salir del confesionario, percibiremos su fuerza que nos vuelve a dar la vida y restituye el entusiasmo de la fe. Después de la confesión renacemos.

Es bueno percibir sobre nosotros la mirada compasiva de Jesús, así como la percibió la mujer pecadora en la casa del fariseo[3].

El amor y el perdón son simultáneos: Dios le perdona mucho, le perdona todo, porque «ha amado mucho» (Lc 7, 47); y ella adora a Jesús porque percibe que en Él hay misericordia y no condena. Siente que Jesús la comprende con amor, a ella, que es una pecadora. Gracias a Jesús, Dios carga sobre sí sus muchos pecados, ya no los recuerda (cf. Is 43, 25). Porque también esto es verdad: cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el perdón de Dios! Para ella ahora comienza un nuevo período; renace en el amor a una vida nueva.

No olvidemos que Dios perdona todo, y Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón”[4].


Perdonar de corazón.

Pero, muchas veces es por culpa nuestra que estamos intranquilos, enfermos, angustiados, nerviosos… y esto pasa cuando no sabemos perdonar nosotros de corazón a los demás. Jesús dijo que Dios siempre nos perdona, siempre… pero la única condición que puso es que nosotros primero perdonemos a los demás. ¡Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso!

El perdón cura las heridas más grandes de nuestro corazón, es el secreto del cristiano, es el antídoto que devuelve la paz del alma. Solo hay que probarlo.

Un ejemplo: “En agosto de 2008, fue publicado un relato que llevaba por título: “Fui violada y quedé embarazada a los 16 años; pero aún así amo a mi bebé”[5]. El testimonio fue recogido por el periódico Daily Mail de boca de la joven Elizabeth Cameron (de 19 años en el momento de la entrevista). En diciembre de 2005 Elizabeth tenía 16 años de edad y era una chica estudiosa y tímida. Una noche después de clases, mientras esperaba que su madre la recogiera de su centro de estudios, tres encapuchados la metieron en una camioneta por la fuerza y la violaron. Nunca pudo reconocerlos. Cuando supo que estaba embarazada, el sufrimiento aumentó. “Todo el mundo, salvo mi mamá, decía que debía abortar. Mi papá incluso concertó una cita en la clínica, ahí trataron de convencerme de que era sólo una masa de células y que todo sería muy rápido”, relataba Elizabeth a los periodistas. “En la escuela, mis amigos –la mayoría de los cuales no sabía de la violación– no podían entender por qué alguien de mi edad querría tener un bebé en vez de un aborto. Y los pocos a los que conté lo sucedido se horrorizaban más al saber que pretendía tener al bebé. Pero yo lo hice. Y no me arrepiento ni por un momento”, aseguraba la joven.

“Cada vez que miro a Phoebe (su hija), sé que tomé la decisión correcta. Nunca quise poner fin a la vida de mi bebé sólo por la forma en que fue concebida”. Según el reportaje del Daily Mail, Elizabeth alguna vez compartió la idea de que dar a luz al hijo de un violador es impensable, pero desde que vio a su bebé en el primer ultrasonido sintió mucha ternura. “Me sorprende lo fácil que surgió el amor por mi hija mientras crecía dentro de mí, pero debo admitir que temía que mis sentimientos cambiaran cuando la viera por primera vez”. Durante el embarazo Elizabeth tuvo muchas pesadillas sobre el ataque y pensaba que al tener al bebé recordaría más la violación. “Pero mi hija no me recordó esa noche y al tenerla supe que estar con ella era más importante que lo que había ocurrido”. “No pude considerar entregarla en adopción. Mi madre fue abandonada de bebé en una estación de trenes de Londres y eso la afectó mucho. Crecí rechazando que alguien pudiera abandonar a un niño inocente”. Elizabeth agregaba en su entrevista: “Nunca he culpado a Phoebe por lo ocurrido. Aunque lo ocurrido fue aterrador, saber que iba a ser madre me ayudó a concentrarme en otra cosa. Supuse que debía tratar de ver más allá de lo ocurrido, y ver la vida que se había creado”. Elizabeth se prepara para el momento en que su hija crezca y le pregunte por su padre: “Si debo hacerlo, le diré que ella fue lo bueno que surgió de algo malo. Y le diré que nunca me arrepentí de tenerla y que no estaría lejos de ella por nada del mundo”[6].

-Nuestros mártires… que alegría, que felicidad: “perdonad a vuestros verdugos” – “Os perdonamos de corazón”, y prometían rezar por ellos desde el Cielo.

Virgen María.

Que María, la Reina y Madre de Misericordia, y también Reina de la Paz, nos conceda abrir nuestro corazón a la misericordia de Dios, en el sacramento de la confesión, y también saber siempre perdonar de corazón a nuestros hermanos. Tendremos la verdadera paz, que nadie, ni en este mundo ni en el otro, nos podrá quitar.

(de una copla del siglo XIX, en honor a la Virgen del Pueyo)


Virgen del monte, madre del consuelo,

-los católicos alto-aragoneses

-que si aflige sus pechos triste duelo,

-imploran tu favor, y en los reveses

-de la fortuna, a ti, reina del cielo,

-alzan su prez, que nunca desoyeses,

-en procesiones van a tu santuario,

-refugio de clemencia solitario.



¡Infeliz del impío que no reza!

En las horas de hiel y de amargura,

¿a dó volverá el triste la cabeza?

¿Al mundo? No, del triste no se cura.

¡Ay! Solo en ti, modelo de pureza,

-solo en ti, la más bella criatura,

Madre del Salvador, encuentra amparo

-quien gime en soledad y en desamparo.



[1] Esta cofradía comenzó a subir en Romería el 2014.

[2] P. Vidal, p. 15

[3] (cf. Lc 7, 36-50)

[4] HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO, Basílica Vaticana, Viernes 13 de marzo de 2015.

[5] Fue publicado por Aciprensa, el 21/08/08.

[6] p. 70 de Camino del Perdón – P. Fuentes

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