lunes, 25 de mayo de 2015

“Esclavitud del pecado – verdadera conversión”

15 DE MAYO DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO

Lc 15, 1 – 32: Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola.



Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.” Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus siervos: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.” Y comenzaron la fiesta. «Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: “Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.” El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!” «Pero él le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”»



En la parábola del “hijo pródigo”, tan meditada por todos, Jesús nos ofrece como una triple radiografía: del alma que es esclava del pecado, del corazón misericordioso de Dios y de la verdadera conversión y búsqueda de la santidad.



Quería en este día recordar, con el P. Royo Marín[1], lo que significa la esclavitud del pecado y con cuánta fuerza debemos luchar contra él.



El Pecado es algo realmente horrible, espantoso y no solo es el enemigo nº 1 de nuestra santificación, sino en realidad es el único, pues los demás enemigos de nuestra alma son tales en cuanto provienen del pecado o conducen a él. Y, en cuanto queofusca la inteligencia y debilita la voluntad en orden a obrar el bien, a amar a Dios, produce en nuestra alma una real y verdadera esclavitud, nos domina y esclaviza. San Pablo es testigo de esta realidad: ‘pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.’ (Rom 7, 23).

Esta esclavitud se da en la medida de nuestro pecado: -es total si se cae en pecado mortal; y será parcial y en distintos grados, según nuestros pecados veniales, imperfecciones y nuestros apegos a las creaturas.

Como religiosos podemos estar y caer en cualquiera de estos grados de esclavitud al pecado; San Pablo nos advierte que ‘el que esté de pie cuide de no caer’. Pero sobre todo creo que es útil ver cómo podemos empezar a quedar bajo el dominio del pecado casi imperceptiblemente, para terminar como los fariseos del Evangelio, hijos del demonio, odiando la misma Verdad, apostatando del mismo Cristo (sobre todo en la vida y en las obras). Para esto vamos a traer algunos textos de San Juan de la Cruz.



Dice el místico Doctor “Todos los demás apetitos voluntarios, sean de pecado mortal, que son los más graves; sean de pecado venial, que son menos graves; ahora sean solo de imperfecciones, son los menores, todos se han de vaciar y de todos el alma debe carecer para venir a esta total unión, por mínimos que sean. Y la razón es porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma, según la voluntad, con tal transformación en la voluntad de Dios, de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad solamente de Dios.”[2]

“Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha unacon la voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que, para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y voluntad, ha decarecer primero de todo apetito de voluntad, por mínimo que sea; esto es, que advertidamente y conocidamente no consienta con la voluntad en imperfección, y venga atener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo.

Y digo conocidamente, porque sin advertirlo y conocerlo, o sin ser en su mano, bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en los apetitos naturales que habemos dicho; porque de estos tales pecados no tan voluntarios y subrepticios está escrito (Pv. 24, 16) que el justo caerá siete veces en el día y se levantará. Mas de los apetitos voluntarios, que son pecados veniales de advertencia, aunque sean de mínimas cosas, como he dicho, basta uno que no se venza para impedir (…) Pero algunos hábitos de voluntarias imperfecciones, en que nunca acaban de vencerse, estos no solamente impiden la divina unión, sino también el ir adelante en la perfección.” [3].

“Estas imperfecciones habituales son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes. Cualquiera de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito, es tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud, que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos, que no proceden de ordinaria costumbre de alguna mala propiedad ordinaria, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma asimiento a alguna cosa. Porque, en tanto que le tuviere, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Porque eso me da que una ave este asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a el como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque mas virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión”[4].





“Harto es de dolerse que haya Dios hécholes quebrar otros cordeles más gruesos de aficiones de pecados y vanidades, y por no desasirse de una niñería que les dijo Dios que venciesen por amor de El, que no es más que un hilo y que un pelo, dejen de ir a tanto bien. Y lo que peor es, que no solamente no van adelante, sino que, por aquel asimiento, vuelven atrás, perdiendo lo que en tanto tiempo con tanto trabajo han caminado y ganado, porque ya se sabe que, en este camino, el no ir adelante es volver atrás, y el

no ir ganando es ir perdiendo. Que eso quiso Nuestro Señor darnos a entender cuando dijo: El que no es conmigo, es contra mí; y el que conmigo no allega, derrama (Mt. 12, 30)”[5].



“Porque el Eclesiástico (19, 1) nos lo enseñó bien, diciendo: El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco ira cayendo. Porque, como el mismo dice (11, 34), de una sola centella se aumenta el fuego. Y así, una imperfección basta para traer otra, y aquellas otras; y así, casi nunca se verá un alma que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos, que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquel; y así, siempre van cayendo. Y ya habemos visto muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante en gran desasimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar un asimientillo de afición -y so color de bien- de conversación y amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios y santa soledad, caer de la alegría y enterez en los ejercicios espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y esto, porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo, guardándose en soledad para Dios”[6].



Santa Faustina Kowalska (profeta de la misericordia) al hablar de sus confesiones, da unos consejos preciosos, haciéndonos tomar conciencia de la misma doctrina de San Juan de la Cruz, y, en definitiva, de Jesucristo: “hay que ser fieles en lo poco”. Escribía ella en su diario: “En la vida espiritual no hay nada pequeño. A veces, una cosa aparentemente pequeña descubre algo de gran importancia (…) muchos matices espirituales se esconden en cosas pequeñas. No se levantará un magnífico edificio si tiramos los ladrillos pequeños. De ciertas almas Dios exige una gran pureza, pues les envía un conocimiento más profundo de sus miserias”.



Así, concluye Royo Marín diciendo que para tender verdaderamente, con sinceridad, a la santidad, es necesario buscar siempre lo más perfecto, procurando hacer todas las cosas con la mayor intensidad, purificar a fondo nuestros apetitos, no haciendo nada, absolutamente nada por gusto propio. Lo cual es lo mismo que nos indica nuestro directorio de espiritualidad, al llamarnos a convertirnos totalmente, teniendo espíritu de príncipes, libres, sin dejarnos esclavizar por nada, por pequeño que sea.

Termino con dos números, quizá los más admirables, de nuestras Constituciones:

41º) Eso es tener espíritu de príncipe[7], es orientar el alma a actos grandes… es preocuparse de las cosas grandes… es realizar obras grandes en toda virtud. Es ser noble. Y ¿Qué es ser noble? …Eso se siente y no se dice. Es un hombre de corazón. Es un hombre que tiene algo para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son lo que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen… Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe. Son los que se tienen siempre por principiantes: tengámonos siempre por principiantes, sin cesar de aspirar nunca a una vida más santa y más perfecta, sin detenernos nunca.



42º) De modo tal que estemos firmemente resueltos a alcanzar la santidad. Un religioso que no esté dispuesto a pasar por la segunda y la tercera conversión, o que no haga nada en concreto para lograrlo, aunque esté con el cuerpo con nosotros no pertenece a nuestra familia espiritual. Debemos tener “una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo…”[8]. Lo que importa es dar un paso, un paso más, siempre es el mismo paso que vuelve a comenzar.





Pidamos a María, que nos ayude a ser magnánimos, sin permitir que nuestro corazón se haga esclavo de ninguna creatura, a tener siempre en el corazón el “magis”, a no aflojar hasta alcanzar la Santidad.



Ave María Purísima….

[1] Royo Marín, T P C, 1994, p. 281

[2] Subida I, 11, n 2

[3] Ibid, n 3

[4] Ibid, n 4

[5] Ibid, n 5

[6] Ibid, n 5

[7] Cf. Sal 50,14, en la versión de la Vulgata.

[8] Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 335, 2.

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