jueves, 23 de abril de 2015

TAN JOVEN… ¡SE HA VUELTO LOCA!

En estos años de vida religiosa, he tenido que responder varias veces a unas preguntas que suelen hacernos con frecuencia: ¿Qué pasa si te arrepentís? ¿Aún estás a tiempo de arrepentirte? ¿Podés arrepentirte?
A decir verdad, es muy difícil conocer la intención y el por qué de esos interrogantes, y no pretendo juzgar, pero, unido a ello, creo que existe un pensamiento y expresión común en quienes nos hacen ese tipo de preguntas. Lo dice un poeta en una poesía que nos leyeron hace siete años cuando con mis compañeras recibimos el hábito en el noviciado: “Tan joven… se ha vuelto loca”
Locura es el mejor modo para definir aquellos actos humanos poco razonables o irreflexivos, que se encuentran más allá de los parámetros normales, y parece ser que a la opción por la vida religiosa se le puede dar tal definición.

En pocos días, catorce hermanas realizaremos nuestra profesión perpetua… firmaremos en el Altar un compromiso con Dios, en el que prometemos vivir para siempre pobres, castas y obedientes. Y como sólo tengo 25 años, hoy quiero preguntarme yo: "tan joven… ¿me habré vuelto loca?".
La pobreza, la castidad y la obediencia como modo de vida que se elige libremente y PARA SIEMPRE es algo absolutamente contrario a la lógica del mundo. Lógica y racionalmente, para este mundo en que vivimos, es una total y completa locura en la que la perseverancia es imposible.
¿Vivir pobremente? Cuando en el mundo todo se pesa, se mide, se calcula y se es por lo que se tiene y no por lo que se es.
¿Elegir la castidad? Cuando en el mundo rige la ley de la búsqueda del placer libre y desenfrenadamente.
¿Obedecer? Cuando el mundo grita libertad e independencia.
¿Atarse a un compromiso de por vida? ¿Para siempre? Si en este mundo se puede cambiar un compromiso cuando cambian los sentimientos y la palabra dada no tiene peso, fácilmente se la lleva el viento.
Un compromiso de por vida es un riesgo demasiado grande… asumirlo es una locura.
Respondo en primer lugar con la lógica del mundo: Realmente, estamos locas. Pero basta mirar un poco a este “lógico” mundo para hacer una objeción que nace naturalmente: ¿Por qué cuanto más se siguen las máximas del mundo que prometen la felicidad, la tristeza va siendo dueña de los rostros? ¿Por qué tantos hombres desesperados, depresivos? Jóvenes desilusionados, aburridos, perdidos. Vidas que tienen todo, pero están llenas de nada, hombres y mujeres que corren de prisa, sin saber a donde se dirigen. ¿Por qué cada vez más egoísmo, más traición, más infidelidad?
Los hechos evidentes, no encajan en este razonamiento lógico. Y por otro lado, ¿por qué con nuestra “loca” decisión se es tan feliz?
Dejo de lado la lógica del mundo para responder con “la locura de Dios, más sabia que la sabiduría de los hombres” (1 Cor. 1, 23-25) repuesta que solo se entiende a la luz de la Fe y pueden comprenderla los que creen en un Dios que por amor se hizo hombre.
Hace dos mil años hubo un Hombre al que tuvieron por loco. Anunció un Reino que no es de este mundo; se llamaba a sí mismo Hijo de Dios. Hablaba con los pecadores, con mujeres y publicanos. Enseñó una doctrina en la que hay que perdonar y amar a los enemigos, en la que los últimos serán los primeros y son bienaventurados los que sufren y lloran. Su vida contradecía la lógica del mundo, por eso lo Crucificaron.
Ese Hombre, verdaderamente era Dios, y desde entonces, no ha dejado de atraer y cautivar los corazones. Aún hoy sigue llamando desde la Cruz y enamorando a miles de almas que dejan todo, para seguirlo más de cerca. Solo Él tiene palabras de vida eterna, y es capaz de saciar la imperiosa sed de eternidad y el deseo de felicidad que hay en lo profundo del corazón.

“Jesucristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1 Cor. 1, 21-23) Es lo que misteriosamente atrae a los jóvenes que desean consagrarse, es en la contemplación de Cristo Crucificado donde se inspiran todas las vocaciones. Es una prueba de amor insuperable, que reclama amor de nuestra parte, porque “Me amó y se entregó por mí”.
Con los votos perpetuos queremos decir que Cristo vale la pena y que de nada sirve ganar el mundo si se pierde el alma. Que todo el universo pasa, pero solo Dios permanece.
Por los votos perpetuos entregamos a Dios todo lo propio, sin reservarnos nada, con la garantía de que esperamos un premio eterno. Con los votos perpetuos queremos recordar que hay que agarrarse de lo importante, porque la vida pasa y después… muerte, juicio, Cielo o infierno.
Los votos perpetuos nos unen a Cristo como esposas y nos hacen madres, de tantas almas, como almas hay en la tierra, porque por todos murió Cristo en la Cruz. Madres que no descansen, a fin de ganar muchas almas para el Cielo.

Hacer los votos perpetuos, es firmar un cheque en blanco, en donde decimos a Dios que estamos dispuestas a aceptar gozosas todo lo que quiera mandarnos. Dispuestas a vivir abrazadas a la cruz, dispuestas a la locura de la cruz, que consiste en vivir en el más y en el por encima. Es decir, donde cesa todo equilibrismo, todo cálculo, todo “te doy para que me des”. Queremos vivir la locura del amor sin límites ni medidas, bendecir a los que nos maldicen, no devolver mal por mal: ¿Amar solo al que te ama? ¿Dar solo al que te puede devolver? ¿Hacer favores solo a los que te dan las gracias? ¿Qué importancia tiene todo eso? ¿no hacen eso todos los hombres del mundo?
Esta locura comienza allí donde ya no se cuenta, ni se calcula, ni se pesa, ni se mide. Y cuando se diga que estamos locas: señal que vamos bien. ¡Locura de amor!, pero la locura de la Cruz hace más sabia que la sabiduría de todos los hombres.
Encomiendo a las oraciones de todos, nuestra fidelidad y perseverancia hasta el final.
Hna. María del Magnificat

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