domingo, 26 de abril de 2015

EL OFICIO DIVINO II

22 DE ABRIL DE 2015 / MONASTERIODELPUEYO
3-Modo:

Se dice que recita el oficio de una manera digna el que guarda los debidos miramientos a la majestad de Dios.

Abrid el Antiguo Testamento y veréis cuántas ceremonias requería el transportar de un lado a otro el Arca de la Alianza y los diversos actos de culto. Y eso que todo ello no era sino una «figura».


Los dos amores del Monje

Aficionémonos a mostrar a Dios estas atenciones exteriores. Quizás creeréis que todas estas prescripciones apenas tienen importancia, pero el observarlas fielmente constituye un acto de virtud. Y esto por tres razones. Primero, porque así se obedece a las reglas que la Iglesia ha establecido atendiendo al bien común; segundo, porque se realiza un acto de culto externo, por el que se sirve a Dios tanto con el cuerpo como con el espíritu; y por fin y principalmente, porque esta sumisión denota nuestra religión interior para con el Rey de reyes.

¿Por qué debemos recitar el oficio con atención? Porque todo el fervor y todo el mérito de nuestra alabanza provienen principalmente del amor, y el amor presupone el conocimiento.

Santo Tomás distingue tres clases de atención: Ad verba, ad sensum, ad Deum [Summa Theol., IIII, q. 83, a. 13]. El que únicamente presta atención a las palabras, ya con ello cumple con la obligación que le imponen los cánones, aunque este cumplimiento sea imperfecto. Para que la oración sea perfecta, se requiere, además, la atención al sentido de las palabras y, sobre todo, la atención a Dios.

Devote: ¿Qué se entiende aquí por devoción? Hay una opinión bastante extendida que pone la devoción en cierta dulzura que a veces se experimenta en la oración. Pero es una opinión completamente equivocada, porque se puede tener una devoción perfecta en medio de una gran aridez y sequedad espiritual. Santa Juana de Chantalnos da el siguiente elocuente testimonio de la piedad de San Francisco de Sales: «Me dijo en cierta ocasión que para nada tenía en cuenta si estaba en desolación o en consolación, sino que cuando el Señor le consolaba en la oración, se lo agradecía humildemente y cuando, por el contrario, le negaba sus consuelos, no se preocupaba por ello» [Lettres de sainte Chantal, núm. 121, en Œuvres complètes de saint François de Sales. Lyon, Périsse, 1851, pág. 118]. Cuando Jesucristo decía a su Padre: «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?», nadie duda que estaba profundamente desolado y que, sin embargo, su oración era perfectísima.


el descanso de la oración

La verdadera devoción es completamente desinteresada y hace que el alma se entregue a Dios con todas las energías de que su amor es capaz. Así lo sugiere el mismo significado de la palabra latina: devovere.

Recordad aquellas palabras de Cristo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón… y con toda tu mente» (Mt., XXII, 37). Observad que no dice: «con el corazón y con la mente», sino «con todo tu corazón»: ex toto corde… Esta palabra totus, así repetida, significa la devoción, es decir, el amor llevado hasta el extremo.

Cuando rezamos el breviario, debemos consagrarnos a la alabanza divina, poniendo en ella todo nuestro entendimiento y todos nuestros afectos, y especialmente la caridad, concentrando todas las potencias de nuestra alma en este homenaje que tributamos a Dios. Esta aplicación de nuestro espíritu constituye el fondo de toda buena oración y es perfectamente compatible con la aridez espiritual. Y es muy agradable al Señor, porque Dios, que es amor, se complace en nuestro esfuerzo.

Conclusión: Antes de terminar, quiero deciros algo sobre las distracciones.

A los sacerdotes que se lamentan de sus distracciones se les suele responder que todo el mundo las tiene. Pero debemos insistir en que somos responsables de las distracciones que nos sobrevienen durante el rezo del oficio, cuando no nos hemos preparado con el debido cuidado, ya que, ordinariamente, tal cual es al principio suele ser la atención y la devoción que conservamos durante todo el oficio.

Una vez que os he recordado esto, os he de decir que lo esencial de la recitación del breviario es el firme deseo de rendir homenaje a Dios en unión con Cristo. Y si por cualquier motivo independiente de nuestra voluntad lo recitamos con poca atención, podemos tener la seguridad de que hemos cumplido con nuestro deber por el mismo hecho de que hemos puesto cuanto estaba de nuestra parte para rezarlo con devoción. Yo suelo seguir este consejo que Bossuet da en una de sus cartas: «Cuando nos damos cuenta de que estamos distraídos, debemos de renovar sin esfuerzo y suavemente la intención que formamos al principio para alabar a Dios… No hay por qué precipitarse nunca y hay que desterrar todo escrúpulo; sino que simple y llanamente hemos de continuar como si entonces empezáramos una nueva oración» [Correspondance, t. X. pág. 22. Ed. Les grands écrivains de la France, París, Hachette, 1916].

Este diario esfuerzo para santificar el nombre de Dios será la mejor preparación para la alabanza eterna del cielo.

Antes de empezar el oficio, debemos decir a Dios: «Creo firmemente que por esta plegaria oficial, cuyo ministro soy, yo puedo hacer mucho, en unión de Jesucristo, por las necesidades de la Iglesia: para ayudar a los que sufren y están en la agonía, próximos a comparecer ante Vos; para cooperar a la conversión de los pecadores y de los indiferentes; para unirme a todas las almas santas de la tierra y del cielo: «Oh Señor, que todo cuanto hay en mí os confiese y os adore»: Benedic anima mea Domino et omnia quæ intra me sunt nomini sancto ejus (Ps., 102, 1). María Santísima nos bendiga y nos ayude a santificarnos por el Opus Dei.

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