jueves, 6 de noviembre de 2014

“Dios mira el corazón”


Posted on noviembre 3, 2014


“Cuando Santa Teresita, en un arranque de celo misionero, dijo: “ando por un misionero”, podríamos pensar que la Santa creía que los pies del misionero eran los miembros que más padecían. Pero no es esto lo cierto. No son los pies del misionero, ni su garganta, ni sus brazos, ya lo hemos dicho, los miembros que más padecen: “son los nervios”. Esto dice un gran misionero que ya hemos citado alguna vez, el P. Carrascal.



Estoy un poco insistidor con esto de los nervios, así que no se van equivocar si piensan que soy muy irritable. Pero vamos, que ese día por la mañana me puse en la cabeza, y en el corazón, que debía ser más paciente, pase lo que pase. Y ese “pase lo que pase” debe incluir “todo”. Pero por más imaginación que uno tenga, hay situaciones que superan por mucho lo imaginado… y por lo tanto, tantas veces, nuestras provisiones de paciencia, que nosotros juzgábamos más que suficientes, se agotan mucho antes de lo previsto. Y ahora lo que les voy a contar, nos causa un poco de gracia, pero en el momento muchas veces uno está entre el “reír o llorar”… evidentemente, mejor ver el lado humorístico, y yo me ayudo a eso pensando en que cuando lo cuente, lograré un buen efecto en los oyentes.

Vamos al relato. Sigo conociendo la misión, porque a esta aldea era la primera vez que iba, luego de un año y nueve meses que estoy aquí. Ese día fui a la aldea de Mkondogwa, que quiere decir “buena gente”, y así debe ser. Al menos las que yo conocí, me parecieron muy buenas. Que no viene al caso ponerse a contar de los malos, porque en todos lados hay trigo y cizaña, como dijo el Maestro. Y para fraseando al P. Ramón Cué, no hay que darle tanta bolilla a la cizaña, que ya de por sí hace demasiado ruido.



Como era mi primera vez, me acompañó Filipo, el catequista, para guiarme. Nos dijimos: “no vayamos muy temprano, porque muchas veces llegamos a la aldea y todavía no llegan los fieles”. Así que nos demoramos un poco en salir, y durante el camino me dediqué a tomar algunas fotos del paisaje. Me atraía sobre todo ver los primeros brotes en lo árboles, luego el pasar por un bosque que recorrimos varias veces durante el tiempo de sequía, y ahora estaba totalmente cambiado, y ver casas con el campo bien trabajado, y algunas personas, familias enteras, cultivando. A pesar de nuestros cálculos, llegamos a la aldea una hora después de lo avisado, y todavía no llegaban los fieles… A pesar de lo que se puedan imaginar por razón de la demora de la gente, fue muy lindo llegar. La capilla es de esas bien pequeñas, y estaba rodeada de muchos árboles y hermosa sombra. El día estaba también muy lindo, algo nublado, antes de la misa un poco fresco. Es agradable llegar así, sin apuro, y ellos también sin apuro, es muy tranquilo todo. No hay obligaciones después, así que no hay porqué apurarse. Allí saludamos al catequista, a los fieles que estaban, los niños. Me senté a confesar a un costado de la capilla, vinieron dos o tres penitentes, y luego algunos chicos se acercaron a saludar, se comenzaban a hacer amigos… perder el miedo “al mzungu” (blanco) que acaba de llegar a la aldea. Luego, el buen truco que suele dar resultado para romper el hielo, que consiste en sacarles unas fotos para después mostrárselas en la cámara, donde se matan de risa de verse a sí mismos. Más tarde de eso vinieron cuatro chicos para confesarse, porque harían su primera comunión.



Como no venían más penitentes, me acerqué al grupo que estaba en la puerta de la capilla, charlando, y anotando los datos para hacer dos casamientos. Allí presencié un acto muy hermoso. Resulta que los dos casamientos eran de personas grandes, y eran regularizaciones. Una de las señoras se lamentaba que no tenía nada para el casamiento, ningún vestido ni nada. Fue cuando una de las presentes le dijo con gran sencillez y caridad: “No importa. Dios no mira el exterior, Dios mira el corazón. El corazón puede estar muy blanco”. Todos asintieron, y siguieron hablando con la mayor naturalidad. Yo quedé impactado. Muchas veces uno escucha y ha usado este argumento, pero ahora era distinto. Escucharlos a ellos mismos decirlo con un gran convencimiento, me impresionó. Hasta tal vez nosotros lo usamos… pero cuando llega el momento, queremos lo mejor, y nos angustiamos, es decir, lo pensamos así, pero parece que no estamos tan convencidos en la práctica. Pero escucharlo en una aldea muy lejos de todo, en medio del campo, en una capilla de barro, con gente de campo muy sencilla, con ropa muy simple y hasta un poco maltratada por el trabajo, y dispuestos a recibir el bautismo y casarse en esa misma mañana, sin pompas de fiestas, comidas, regalos, invitados y vestidos… Me gustaría que hubieran estado allí, capaz que se emocionan hasta las lágrimas.



De los que se casaban, una pareja era de dos personas sin bautismo; y de la otra, el hombre no estaba bautizado. Así que allí tuvimos bautismos de niños y de adultos… y esos adultos sí que iban a tener el mejor vestido para casarse, luego de bautizarse en la misma misa. Como ya estábamos listos para comenzar, y no había apuro ninguno, rezamos el rosario todos juntos, intercalado con cantos entre los misterios, por estar en el mes del rosario. Acto seguido, empezamos la misa. Luego de una breve homilía, que me cuesta un triunfo lograr que no se empiecen a dormir, entre mis trastabilladas en el swahili, el calor de esa hora del mediodía, y el cansancio de personas que se levantan con el alba… comenzamos los bautismos de niños y adultos, siete en total. Al momento de uno de los bautismos, pregunto el nombre de la criatura. “Joicy”, me dicen… dudé por el momento si tenía algún correlativo en otra lengua. “¿Joicy? No hay ningún santo que se llame así”. “Pero se llama Joicy”. “Bueno, pero le ponemos Joicy María”. Se ríen por mi insistencia, pero aceptan de buen grado. Es un tema lo de los nombres, y tengo que insistirles más a los catequistas, para que hagan mayor fuerza a la hora de anotarlos. Luego, para el rito de la luz, sólo había una vela, que se fueron prestando los siete catecúmenos.

Al terminar los bautismos, veo que una de las “novias” toma una pequeña bolsa de plástico que tenía al lado, en el piso, y sale fuera de la iglesia. Todos se sorprendieron, Filipo me miraba… no sabíamos si era que se estaba fugando de la boda, pero no parecía. Nos responde desde la puerta que se estaba cambiando para el casamiento. Y a todos les causó gracia y aplaudieron al verla entrar a los dos minutos con un vestido blanco que se puso arriba de la ropa que llevaba, y un tul en la cabeza. ¡Que aprendan las novias de nuestras tierras! Pensaba yo, ¡ojalá supieran prepararse tan rápido!



Así seguimos la solemne ceremonia de casamientos, que transcurrió con toda seriedad y regocijo, hasta el momento de la entrega de los anillos. “¿Tienen los anillos?”, pregunto. “No tenemos”, responden los cuatro. Pidamos prestados, como solemos hacer en algunas aldeas. Pero sólo pudimos encontrar un anillo entre los presentes. Así que, como hicimos con la única vela de los bautismos, la ceremonia se hacía, “recibe este anillo, como signo de mi amor y fidelidad…”, y luego se lo sacaban para ponérselo al otro cónyuge; y al punto se lo sacan para dárselo a la pareja que seguía. Y como les digo, todo se hacia con gran solemnidad.

Luego siguieron las primeras comuniones, y así transcurrió todo con mucha parsimonia, como ellos están acostumbrados… tienen todo el tiempo para cantar, y se alegran mucho de poder hacerlo. Hacía casi un año que no tenían misa, así ¿qué apuro por terminarla? Todo lo contrario, muestran realmente que están disfrutando. Luego de la misa les repartí medallas a los que se habían bautizado, a los que se casaron, y a los niños de la primera comunión. Todos felices con sus obsequios, que eran toda su fiesta para el caso. Después de despedirnos en la puerta de la capilla y conversar un poco, cada uno se fue a su casa, agradeciendo una y otra vez la visita.

Al finalizar todo, y en particular ver que mi provisión de paciencia se había acabado mucho antes de lo previsto, creo que traté de disimular lo más posible, y alegrarme con todos. Pero ya en el auto, de regreso a la misión junto con Filipo, entre risas por las anécdotas vividas, no dejábamos de dar gracias a Dios, porque a pesar de los contratiempos y olvidos, de las faltas y esperas, de la poca preparación de algunos… el balance era más que positivo, como sucede siempre. Una aldea muy pequeña, pero en la que hoy se habían bautizado con gran sencillez varios adultos, que vivían como paganos, y comenzaron a ir a la iglesia rezar y prepararse… y allí recibieron bautismo, casamiento, comunión y confirmación. Sin esperar más festejo y regalo que los aplausos y vigelegeles; y con el vestido más precioso, el de la gracia divina. Y la vida de esa capilla se aumentaba con la llegada de nuevos cristianos. Ahora el compromiso es ayudarlos a la perseverancia en medio de un ambiente que sigue siendo pagano, pero ese es el gran trabajo de la oración y el sacrificio que nos corresponde, y que no debemos olvidar. Confío en que me ayudan las oraciones de ustedes.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego.

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