viernes, 3 de octubre de 2014

¡VALE MÁS EL SEÑOR!

¡Vale más el Señor!

Dejaba colgar los pies por el acantilado, mientras sus manos soltaban piedrecillas que morían en las espumosas olas del eterno océano.
Una tras otra caían las piedrecillas cual gotas de alguna llovizna melancólica.
Aquel joven de rasgos viriles, de dorado cabello y de celestes ojos moría con ellas una y otra vez. Moría para no vivir, o moría para no ser feliz. Deseaba arrojarse y perderse en el abismo que yacía a sus pies.
— ¡Joaquín! — cantó una blanca voz femenina, que apresurada se acercó y lo besó. Y al igual que él dejo caer también sus pies por el acantilado. Le estrechó la mano y lo miró fijamente. Joaquín parecía no haberla notado. Seguía absorto mirando morir las piedrecillas.
— ¿Qué te pasa? —interrogó la niñas de purpurados labios.
Joaquín no contestó y contra toda su voluntad dejó caer una plateada lágrima por su carilla.
Ella inmediatamente se la secó con sus delicados dedos, y volvió a interrogarle — ¿Qué te pasa? ¿Acaso me quieres hacer llorar a mí también? —
Y tornando su cara hacia ella le dijo —Sí querida, ¡te quiero hacer llorar! —
Y ahora sí, ella también lloró. Le soltó la mano y volvió la vista al sol que moría en el horizonte. Moría al igual que Joaquín, y dejaba manchada toda la tierra con su nacarada sangre. Joaquín así también lo haría.
—Linda, ¿ves cómo muere el sol? —
—Sí Joaquín, lo veo…pero ¿qué te pasa? ¿Qué me tienes oculto? ¿Acaso no soy toda tuya?—
—Sólo dime si ves cómo muere el sol—
—Sí lo veo—
— ¿Y cómo mueren las olas al llegar a la playa? —
—Sí las veo—
— ¿Y cómo nacen las estrellas y cómo se riega la tierra? —
—Sí Joaquín lo veo— le contestó ya muy impaciente.
— ¿Acaso te opondrías a que muera el sol, a que mueran las olas? Si es así, no nacerían las estrellas, no se regaría la tierra… ¿te opondrías? —
—No, tu sabes que no—
— ¿Acaso te opondrías a que un padre vaya a la guerra aunque deje huérfanos y viudas? ¿Cómo vivirían sin patria ni hogar?... ¿te opondrías? —
—No Joaquín— exclamó nerviosa y compungida,
— ¿Acaso te opondrías a que un joven se haga sacerdote aunque deba dejar padre, madre, hermanos…y hasta incluso…—
— ¿Y hasta incluso qué? — le preguntó con lágrimas en los ojos
—…y hasta incluso novia—
Y reinó un gran silencio. Y se entendió todo. El sol ya no estaba, y podía verse a lo lejos el lucero vespertino: comenzaba la noche.
Y rompiendo el silencio Joaquín prosiguió — ¿Cómo entonces se podría salvar al mundo? ¿Cómo entonces se podría salvar a las almas? ¿Quién celebraría la Misa, los sacramentos? ¿Acaso no vale más el Señor? —
—Calla…calla Joaquín, que ahora deseo arrojarme por el acantilado—
—Yo quise hacerlo hace algunos minutos…mas ahora sólo quiero explicarte el porqué
¿Acaso eres fea? No, ciertamente no. ¿Acaso no me gustas? Sabes que no. ¿Acaso no deseo formar una familia cristiana? Ese fue siempre mi anhelo. Pero te lo digo con todo el vigor de mi voz: vale más el Señor. Vale mucho más el Señor.
No te ofendas…Él me llamó y me quita de tu lado. Pero tú no pierdes: ¡Tú ganas! Habrá un sacerdote de tu lado que días tras días por ti rece.
No te desprecio, sino que aprecio más al Señor, que por mí murió y antes que tú me amó. Su amor es más grande que el tuyo…no puedo decirle que no.
Me ha llamado a ser su otro yo. Me ha mirado y me ha amado. Ha elegido mis pobres manos para sostener su cuerpo y su sangre. Mi humana voz para hacer milagros y mi corazón para ser coronado de espinas y traspasado. Me ha elegido para hacerlo morir y dar de comer a todo hombre. Me ha elegido para ser puente, estrella y barca. Me ha elegido para ser su eterno sacerdote.
¿Acaso puedo decirle que no? Jamás querida…vale mucho más el Señor. —
Y hubo otro gran silencio, pero distinto al anterior.
Ella no decía nada...sólo lloraba. Él no se atrevía a mirarla, sólo rezaba.
Y Joaquín sintió que se ensanchaba su corazón. Había dado el primer paso…ahora podía mirar cara a cara al Señor.
Ella se levantó, lo besó y le dijo — ¡Ya han brotado las estrellas! Míralas y prométeme que serás fiel al Señor. Tan fiel como esas estrellas que clavadas en el firmamento nunca pierden su luz. Clávate tú como ellas, pero en la cruz de tu Dios, para no descolgarte de ella, para que no se apague tu resplandor—y lo dejó
Y en aquél instante ella supo que esas palabras habían sido la mayor muestra de amor.
Y Joaquín replicó, mirando las estrellas— ¡cuánto vales oh mi Dios! —
Bernardo Ibarra
15/02/2013

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