lunes, 6 de octubre de 2014

Solo aquellos que caminan en tinieblas ven algún día las estrellas (Primera Parte)



Muy intensas son las vivencias que se experimentan en un lugar de misión donde se vive en guerra, a veces es difícil consignarlas. Uno se adapta a las nuevas circunstancias de la vida y obra cotidianamente según una serie de pautas que pasan a ser parte de nuestra vida, pero que no son “normales”.


Muchas veces nuestros hermanos religiosos y superiores nos han dicho: ‘Uds. se acostumbran a eso, pero nosotros escuchamos solamente la palabra bomba y nos estremecemos’. O también: ‘ustedes están acostumbrados a decir por ejemplo la palabra “túnel”, pero nosotros no sabemos lo que significa para Uds., hay muchos que ni se imaginan cómo puede ser un túnel y para que lo usan allí. Podrían escribir una crónica contando solamente lo que es un túnel en un lugar como en el que Uds. viven’. Mirando las cosas desde afuera también nosotros tomamos conciencia de esa realidad que vivimos y “que no es normal”.


Les transmitimos pues que es lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos en un país en guerra, para que puedan entender mejor lo que vive la gente de aquí.





1. Lo que se ve en la calle


Prácticamente no ha quedado nada de lo que fue la pintoresca Alepo: una gran ciudad llena de movimiento, embellecida por sus monumentos, testigos de la rica historia de la ciudad; con una ciudad universitaria pobladísima, incluso con estudiantes venidos desde fuera de Siria. Con calles despejadas, cuidadosamente conservadas, pequeñas plazas y parques en medio de la ciudad. Todo el conjunto hacía de la legendaria ciudad un centro de atracción turística, una ciudad pujante, con la vitalidad de una juventud llena de ilusiones, que se prepara con ansias para concretar sus proyectos de vida en un futuro cercano.


Pero la oscura sombra de la guerra cubrió también el cielo nítido de Alepo. ¿Y qué ha quedado de todo aquello?


Al salir a la calle, lo primero que impacta es la cantidad de controles militares. Cada dos o tres cuadras hay un pequeño puesto con un puñado de soldados armados. Cada puesto esta señalizado: un pequeño refugio precedido de pilas de neumáticos a modo de trincheras, alambres de púa, grandes piedras cerrando las calles, para delimitar los territorios e indicando zonas tomadas por donde no se puede transitar, la bandera del país flameando esbelta en lo alto.

Nos hemos habituado a ver este espectáculo en las calles de Alepo, “pero no es normal”.


Las calles se han visto pobladas de niños pidiendo limosna, de largas filas de gente que acude a lugares públicos y esperan el turno para llenar sus bidones con agua, pues, en el mejor de los casos el agua llega una vez por semana, unas pocas horas.


¿Qué ha quedado de todo aquello? Prácticamente no ha quedado sino algún que otro rasgo de la pintoresca ciudad, pero permanece la esperanza de su gente. Permanece en los corazones la esperanza de aquel día en que retorne a esta ciudad la paz y la armonía; día en que sea devuelta la sonrisa al rostro de sus niños, día en que su gente se vea libre del miedo y de la tristeza de haber perdido todo.


Día, en que por fin tengan cumplimento aquellas palabras pondré paz en tus fronteras. Día en que los hombres no pongan obstáculo a la voluntad de Dios, que es un Dios de Paz (Is 9,5 Rom 15,33 1Tes 5,23 Flp 4,7). Es verdad que las tinieblas de la guerra cubrieron el cielo de Alepo, pero también es verdad que solo aquellos que caminan en tinieblas ven algún día las estrellas. Esperamos todos el día en que apagado el fuego de las armas y silenciado el estruendo de la violencia podamos contemplar las estrellas que preludian la paz.


Continuará….


Misioneros en Alepo

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