martes, 11 de marzo de 2014

Misionar en la Frontera

El 20/1/14, en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, tuve la inmensa gracia de poder celebrar la Santa Misa con el Papa… con el “Papa, presencia encarnatoria de la Verdad, de la Voluntad y de la Santidad de Cristo”.

Estando en la Misa experimenté la debilidad de la humana natura para soportar emociones demasiado fuertes. Pero, ¿por qué? Porque estuve con Pedro. ¡Cum Petro!

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Me pidieron que dé la Comunión. No me lo esperaba. Solo dos de los presentes tuvimos esta dicha. ¿Por qué nos tocó solo a nosotros? Dios sabe. No había “caído” todavía, cuando, de pronto, veo al Santo Padre encaminarse a besar el ara para dar comienzo al Santo Sacrificio.

En el sermón, Su Santidad hizo un firme llamamiento a la docilidad a la Palabra de Dios y nos previno contra la tentación de hacerle decir a la Escritura lo que uno quiere (en vez de lo que Dios quiere decirnos). A su vez, recordó que incurre en idolatría quien hace “lo que quiere” (en vez de obedecer a Dios).

Terminada la Misa, fue edificante ver al Santo Padre haciendo una prolongada acción de gracias. Luego, vinieron los saludos. Al final, después de meses de espera, me llegó la ocasión de poder tener un coloquio con el Vicario de Cristo. Fueron cinco minutos, pero inolvidables. Pero, ¿por qué inolvidables? Porque fue un coloquio con Pedro. ¡Cum Petro! ¡El dulce Cristo en la tierra!

Luego de presentarme y decirle que soy del Instituto del Verbo Encarnado, y hacerme un par de chistes, me preguntó “¿dónde estás?”. Y le dije: “El domingo me voy a misionar a Taiwán”. Después, me dijo lo siguiente: “¡Sigan yendo a misionar! … ¡A la frontera!…”. Luego, me enfatizó con fuerza la inmensa importancia que debe siempre debe tener la Misión en el IVE.

Ahora bien, la historia no termina acá. Una vez dicho lo anterior, ante mí, el Vicario de Cristo alabó grandemente la actividad misional de nuestra Familia Religiosa. Al escuchar esto, exploté de alegría. ¡No es para menos!

Finalmente, luego que Su Santidad me pidió que rece por él, le pedí su bendición para los Misioneros de nuestra Familia Religiosa en Extremo Oriente. ¡Y nos la dió! Me viene a la mente aquella fórmula pontificia según la cual la bendición apostólica es “presagio de los dones celestiales”. Y, de hecho, es así. No por nada San Ignacio, San Francisco Xavier y los demás primeros jesuitas “se par­tieron á Roma para besar el pié á Su Santidad, y pedirle su bendición y licencia para predicar el Evangelio”.

No lo olvidemos que “en el Papa nosotros vemos a Jesucristo, seguimos a Jesucristo, amamos a Jesucristo” y que “debemos tener una fe ‘amasada en la más estricta docilidad a las directivas y enseñanzas del Papa; una fe llena de presteza en desechar el error percibido aun a través de las más débiles apariencias”.

Roguemos a Dios  “que nadie jamás nos supere en obediencia filial, en obsequiosidad y amor al Papa”[6] y que vivamos siempre el lema de nuestro minúsculo Instituto: “Con Pedro y bajo Pedro”[7].

Agradezco a Dios y a la Virgen la gracia de haber podido recibir la bendición del Papa pocos días antes de ir a misionar al Extremo Oriente.

Con esta bendición, mi envío misional fue confirmado por el mismo Vicario de Cristo.

Deo gratias!

Me encomiendo a vuestras plegarias para asimilar bien la pronunciación del idioma que debo aprender,


P. Federico, IVE 

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